Veinticinco minutos

Valor
Si la nieve cae en mi cara,
pronto me la sacudo.
Si el corazón se queja en el pecho,
cantaré alto y alegre. 
No oiré lo que me diga, 
no tengo oídos,
no escucharé sus quejas, 
quejarse es de necios. 
¡Alegre iré por el mundo,
contra viento y temporal!
¡Si no hay Dios en la tierra,
nosotros mismos seremos dioses!


Thomas Quasthoff - Schubert - Winterreise - Mut
  
Cuando este mañana después de ducharme he retirado el vaho en el espejo, me he quedado mirando a un desconocido  que me devolvía la mirada desde el otro lado y he recordado los dos versos finales de este lied (ayer fue la segunda sesión  de la emoción de la voz en Caixaforum)
¡Si no hay Dios en la tierra 
Nosotros mismos seremos Dioses!

Y es que cuando en mitad de la noche uno estira la pierna y siente de pronto a ese perro rabioso mordiéndote la cadera, cuando tu hijo te corrige la marcha que debes de meter en el coche y tu mujer  no te deja ir a la cama sin tomarte las pastillas (No. No son azules), es que ha llegado el momento de parar un momento y empezar a ser Dioses, reinventarse  y echarle valor o estás perdido.

7:30 am. El portero tararea el estribillo de una canción irreconocible y el basurero se fuma un pitillo para acabar de despertarse. Los titulares te escupen su realidad mientras esquivas la puta mierda de perro justo un momento antes de que el autobusero te cierra la puerta en las narices y  decides caminar hasta el trabajo.

7:35 am. En el semáforo, el conductor pita cabreado al cruzar en rojo mientras al otro lado el niño de todos los días llora inconsolable su madrugón  agarrado al pantalón de su padre. 

7:40 am. La antigua fundición Averly (arqueología industrial) sigue eternamente en obras sin destino y en el albergue esperan un grupo de mujeres musulmanas con sus carros el reparto de leche y comida del día.

7:45 am. Un municipal intenta ordenar el tráfico junto a la puerta del Carmen testigo de una ciudad que se despierta a un nuevo amanecer entre repartidores de Ambar, el olor a café en las aceras y el runrún del tranvía

7:50 am. La puerta del colegio concertado comienza a llenarse de niños uniformados que bajan de los coches de sus padres a un paso del cajero donde alguien ha pasado la noche, mientras madres de todos los colores dejan a sus hijos en el colegio público para marchar deprisa a sus trabajos de limpiadoras o cuidadoras. 

7:55 am. Ocho menos cinco. Fichas y sabes que al llegar a casa solo serás un Dios derrotado pero un Dios al fin y al cabo. 

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