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Mostrando entradas de noviembre, 2016

Un mal día

Mas borracho que de costumbre, el encargado del centro comercial, camina dando tumbos hacia megafonía, para anunciar con voz gangosa ofertas imposibles. Tras un momento de duda, los clientes se lanzan de uno a otro stand según los va nombrando el encargado en una vorágine incontrolable dejando tras de sí un reguero blanco de piernas y brazos de maniquís semidesnudos como víctimas de una hecatombe nuclear entre botes de mermelada de fresa y bolsas de congelado esparcidas por el suelo. Mientras, desde el ventanal de la oficina central, su superior, rojo de ira, con los ojos saliendo de sus órbitas y con la yugular a punto de convertirse en fuente de la mora en Cariñena en plena fiesta de la vendimia, entre  “mecagüen Dios” e insultos varios, da órdenes a seguridad para que saquen al estúpido de Martinez del puesto de megafonía. Ni siquiera se resiste. Después, la bronca, el finiquito y la calle fría de esta ciudad adormecida por el cierzo que por cortar, corta hasta los sentimie

La superluna y la rodaja de mortadela

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El lunes 14 de noviembre del 2016 se anunció a bombo y platillo,  la superluna más grande y brillante desde el 25 de enero de 1948. Se dijo que brillaría como nunca y que estaría tan cerca que casi podríamos tocarla. Todos estuvimos atentos con nuestros móviles a la cita esperando una Luna grande como una plaza de toros y pasó que todo dios se sintió decepcionado. Expectativa vs realidad No hubo tiempo para invocaciones a la Diosa Blanca, ni baños purificadores bajo su influjo, la mayoría estaba inventando “memes”, reenviándolos, o en el mejor de los casos jugando con Photoshop haciendo realidad nuestras expectativas fallidas. Pero ahí estaba ella, pálida y misteriosa, iluminando todo con sus rayos de plata y dejando a la vista un mundo esperpéntico y caduco. Iluminaba los grandes ojos blancos asustados de  Victor Mlotshwa en mitad de su negra cara de negro, cuando dos granjeros blancos sudafricanos con sus blancas caras de blancos, lo golpeaban, maniataban y le  obligaban

La vaca de la curva

Hace ya rato que me había arrepentido de hacer caso al maldito navegador. Claro que la culpa no era precisamente del cacharro, al que ya  había dejado mudo para que no me diese la brasa y aun así me seguía advirtiendo que me diese media vuelta una y otra vez hasta que ya, resignado a un dueño más cabezón que él, como diciéndome “¡tú verás!”, me había recalculado la ruta según el parámetro “más corto” que yo mismo había introducido y hasta aquí me había traído, en el día del cambio de hora, conduciendo de noche por una carretera de montaña desierta, sin marcar, e interminable. La radio  emite una especie de ruido de hojas secas. La humedad del bosque se condensa en pequeñas gotas en el parabrisas y  los faros iluminan los altos troncos de los árboles que rodean cada curva de la carretera prácticamente  a oscuras. Al lado mi mujer rezongando y detrás, con la perra durmiendo sobre sus rodillas, mi hija alucinada con los bichos que cada cierto tiempo surgen como apariciones a lo l