Otra vez es Octubre
Otra vez es octubre y las hojas, naranjas y amarillas, ya tapizan los senderos de los arrabales de mi barrio y crujen bajo mis pies desprendiendo un agradable olor a tierra mojada. Levanto la mirada y me encuentro con un cielo azul, cuajado de nubes deshilachadas y despeinadas por el viento y los rayos de un tibio sol de otoño, que me recuerda que el verano es ya pasado.
Miro, con envidia, a los pájaros que preparan su viaje, posados en los cables de los tendidos eléctricos, como notas en un pentagrama, y a los que yo, una vez más, no me atreveré a seguir en su largo viaje.
Otro octubre y en el recuerdo, un año más, el cumpleaños de mi madre, que se fue dejándome como barco sin puerto donde atracar, a salvo de las tormentas, y con la duda de si yo habré sido capaz de trasladar a mis hijos la seguridad que solo ella era capaz de trasmitir, aun sin palabras, solo con su presencia, incluso en la distancia.
Toda mi vida ha estado ligada a octubre y al otoño.
Fue en un octubre del 64 cuando, tras abrirme paso por el vientre de mi madre, abrí mis pulmones y mis ojos por primera vez a un mundo nuevo que me recibía como una hoja en blanco por escribir.
Y fue en otro octubre en el 82 cuando llegue por primera vez a esta mi ciudad, porque mía la he hecho, a una pensión en una calle junto al canal, buscando aires nuevos que respirar y una nueva página que completar.
También fue en octubre, hace ahora 40 años, en una verbena bajo un paso a nivel, donde conocí a mi mujer, junto a la que he escrito la mayor parte de las hojas en blanco de mi vida, tras rebotar mi cabeza, una vez más, contra el asfalto y amanecer al día siguiente, con una buena brecha y un nuevo proyecto de vida aun por desarrollar, donde cambiaba, sin olvidar nunca, un castillo por otro y un rio por otro más grande aunque al fin y al cabo con el mismo agua remojándome los pies.
Hoy, en este octubre, en el que yo mismo soy ya otoño, y soy un poco como esta ciudad en estos días en los que se han acabado las flores de fuego de la pirotecnia y el olor a fiesta y su resaca, ha dejado paso al olor dulzón a clavales rojos y blancos que se marchitan en una enorme montaña de pétalos muertos, mustios y desvaídos y que ya solo esperan ser retirados por la brigada de limpieza.
Hoy, decía, cumplo 60 años y tras una vida intentándolo, aun ando esperando descubrirme. Una vida hecha de ensayos, de prueba y error, sin mapa, ni letreros que marquen la dirección correcta. Algunos días dando en el clavo, otros, clavando el clavo torcido y uno de cada tres, dándome un buen martillazo en el dedo. Pero es que a veces, para sentirse vivo, hay que morir un poquito.
En este octubre, además, tengo algo nuevo que celebrar y es que con esta, son ya 100 las entradas en el blog del Informático Mutante que comencé como sin querer, allá por otoño de 2016 con “los zapatos del Danubio”, un poco por divertimento y un mucho, como leí en algún sitio, para arrancarme las espinas del alma, y yo, que conjugo al dedillo el verbo procrastinar, me siento orgulloso de haber superado este pequeño y personal reto que nunca pensé llegaría a ver cumplido y espero seguir emborronando muchas más páginas en blanco aunque solo sea por el simple placer de hacerlo.
Hazlo, para que podamos tener el placer de leerte!!
ResponderEliminarPues si, sigue escribiendo
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