Leyendas de mi pueblo: El castillo de los moros
En la última guerra carlista entre 1873 y 1876, las vías férreas estuvieron en el punto de mira durante el conflicto. El ferrocarril, que estaba en sus inicios, era el método más rápido y eficaz para desplazar armas y soldados y las voladuras de puentes y vías, incendios de estaciones y asaltos a los trenes estaban a la orden del día.
Para prevenirlos, el Gobierno de la República primero, y la Monarquía de Alfonso XII después, ordenaron la construcción de fortificaciones por la Ribera de Navarra en Castejón, Tudela, Marcilla…
Todos estos torreones, son parecidos: de ladrillo, hexagonales, tejado a seis aguas, aspilleras para la fusilería, alguna ventana y rematados con almenas triangulares. En el interior, dos plantas comunicadas por una escalera de caracol en torno a una columna central metálica.
En el caso de la torre de fusileros de Marcilla, construida en lo alto de una loma próxima a la vía del tren y al puente sobre el río Aragón, presenta, además, restos de lo que debió ser un antiguo foso, o bien la entrada de un antiguo pasadizo.
Seguramente nunca llegaría a utilizarse para el fin que fue construido, al estar alejado del frente de batalla y en una zona de influencia del bando liberal durante toda la contienda.
Hoy, el castillo de los moros, como lo conocemos todos, sobrevive como puede al paso del tiempo: perdida su techumbre y almenas, con parte de sus ladrillos rojos diseminados entre cardos y zarzas, olvidado, rodeado de reses bravas en mitad del campo, y a punto de desaparecer para siempre.
Fue un lugar obligado en nuestras incursiones de niños por el Montico y en las que dábamos como verdad incuestionable que, desde el fuerte partía un pasadizo que llegaba hasta la misma orilla del río, con su entrada , o lo que nos parecía su entrada, cegada con piedras y cascotes, y que escondía un fabuloso tesoro perteneciente a un rey moro custodiado por un enorme dragón serpiente.
Tal vez de ahí surge su nombre y es ahí donde comienza la leyenda que aquí os relato.
Con la expulsión de los moriscos, se produjo falta de mano de obra en el campo y casi el hundimiento total de la actividad comercial , lo que vino a traducirse en pobreza y miseria, que termino despertando las ansias de encontrar las supuestas riquezas que los moriscos no pudieron llevarse en su exilio forzado y que habrían escondido con intención de regresar un día a la tierra que fuera su hogar durante ocho siglos.
Y así, los moriscos, pasaron a convertirse en las leyendas de simples campesinos a reyes moros cargados de riquezas.
La búsqueda de tesoros llego a ser algo tan frecuente que hasta el Santo Oficio intervino considerando esta moda de escarbar el terreno, una práctica diabólica puesto que existía la creencia de que los tesoros habían sido encantados por sus dueños y por tanto, era necesaria la brujería para encontrarlos y desencantarlos.
Existían manuales de brujería con rituales y prácticas mágicas como el Libro de San Cipriano, santo y mago a un tiempo, que por extraño que parezca, entre sus poderes figura la de ayudar a la adivinación y desencantamiento de tesoros. Se imprimieron copias de este libro que eran adquiridas a un elevado precio, y aparecieron también numerosos mapas del tesoro que marcaban los lugares donde poder encontrar las escondidas riquezas.
El azar quiso que cayese en sus manos, uno de estos libros y un mapa que les condujo hasta donde mucho después se construiría la torre de fusileros; como si el tiempo, hubiese querido dejar marcado el lugar exacto donde ocurrieron los hechos que a continuación os narro.
- Ánimo, amigo mío, ánimo, que ya llegamos
- ¿Estás seguro? Ojalá sea cierto porque, si he de decir verdad, no puedo ya ni con el peso de mi alma. Que es este más camino de cabras que de hombres. ¿Seguro que encontraremos lo que buscamos?
- Y más, mucho más de lo que puedas imaginar y de lo que podamos llevar con nosotros. Cavando apenas un poco, encontraremos sacos llenos de monedas de oro y alforjas a rebosar de anillos y collares, que siempre se ha dicho que si uno sueña con un tesoro más de tres veces, es señal de su existencia y yo llevo soñando con este, va ya para un mes desde que cayó en nuestras manos el mapa.
“- ¡Dios te oiga, que buenas fatigas nos está costando esta
empresa!”
Y después de caminar un rato en silencio, se detuvieron al pie de una loma junto a los cortados del río Aragón, decidiendo que palmo más, palmo menos, ese era el lugar indicado en el mapa.
Bien armados con picos, palas y azadas, por supuesto
robadas, comenzaron a cavar durante días, sin apenas descanso. Pero lo único
que pudieron encontrar fue alguna que otra suela de alpargata, huesos
blanquecinos de animales y otros objetos sin valor de lo que pueden encontrarse
en un muladar cualquiera.
Una noche de luna llena, con más de veinte metros excavados, ocurrió que mientras el más joven de los dos se enjugó el sudor de
la frente, pensando ya solo en desertar, el más viejo, dio un grito de júbilo,
lanzando la azada lejos: había dado con un objeto del que solo se veía un asa, y
ambos comenzaron a escarbar con sus propias manos.
Fue entonces, cuando la tierra comenzó a temblar, con un
estruendo atronador y el suelo se abrió bajo sus pies, cayendo al
fondo de una sima donde pudieron ver, a la luz de la luna, el refulgir de
joyas, monedas y piezas de oro que asomaban de cofres y baúles por doquier,
semienterrados en la tierra.
Y algo más, que nunca hay tesoro mágico sin
serpiente, y la de éste, era enorme, con unos ojos negros que se les clavaron en
el alma. Y dando un terrible rugido que les heló la sangre y les dejó sin
aliento, comenzó a dar coletazos a diestro y siniestro hasta provocar el
derrumbamiento de las paredes de la sima cegando por completo el pasadizo que
habían excavado con tanto esfuerzo.
Y allí quedaron, y aún siguen, sus huesos junto al tesoro, a
30 metros bajo tierra de la torre de fusileros, como postrero panteón, por si
alguien quiere volver a intentarlo.
Pero, eso sí, recuerden: no siempre es el hombre
quien desentierra un tesoro, a veces es el tesoro el que no para de llamar al
hombre, hasta conseguir enterrarlo con él. Y, entonces, la luz se extingue y la
entrada mágica se cierra.
Una luna redonda y rotunda se reflejaba en la superficie del
agua del río e iluminaba las escamas de plata de la enorme serpiente en su
avanzar vigilante, rio arriba, rio abajo, pero eso, eso es ya otra historia.
Lo dicho: me ofrezco como representante literario ... Genial, Garde
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