Leyendas de mi pueblo: La Torre
Un bando de cigüeñas batía sus alas, camino de sus dormideros, cruzando un cielo rojizo que comenzaba a extenderse sobre la campiña ondulante y verde del término de La Planilla mientras en la lejanía, podían oírse las campanadas desde la torre de la iglesia marcando la última hora de la tarde.
De camino a casa, tras un agradable paseo, próxima a los blancos caseríos y cerca del cruce con la carretera, aún pude ver los vestigios de una antigua torre medieval, con la techumbre semi hundida, apoyada sobre fragmentos de piedra de sillería que la acción de los años, ha carcomido y entre cuyas hendiduras anidan insectos y otros animales.
Contemplando en silencio aquella ruina sencilla y muda y recordé la historia que me contó mi madre junto a la estufa de leña, mientras las llamas chisporroteaban proyectando sombras que se hacían a veces pequeñas o a veces grandes sobre las paredes de la cocina, donde pasábamos los fríos días de invierno.
Hace mucho tiempo, no sé cuánto, dominaban estas tierras la familia de los Mosen Pierres de Peralta, a los que ella llamaba musupier, tan dada a inventar y cambiar palabras.
Mosen Pierres el viejo, mayordomo real del rey Carlos III, obtuvo por sus servicios, ayuda en materiales y ducados de oro para la construcción del castillo palacio de Marcilla, además del disfrute de muchas rentas y villas. Siempre hambriento de poder y riquezas, consiguió hacer crecer sus posesiones no siempre con métodos muy honestos, como cuando consiguió la expulsión de las monjas del antiguo convento de Marcilla y que las propiedades de estas, fuesen a parar a su familia.
Cuando falleció, su hijo Mosen Pierres el Joven, heredó títulos, posesiones y también sus malas artes.
Al mando del bando de los Agramonteses, partidarios de Juan II de Aragón, el usurpador frente a los Beamonteses, partidarios de su hijo Carlos, el Príncipe de Viana y heredero legítimo de la Corona de Navarra, participó en las guerras civiles que asolaron el Reino de Navarra en el siglo XV.
Guerras sin grandes batallas, a sangre y fuego, con asedios, asaltos a villas e incendios de cosechas, donde se ganó su fama como hombre cruel, despótico y sanguinario por el uso de una violencia extrema, especialmente entre las gentes de clases menos privilegiadas contra quienes se cometieron asesinatos, descuartizamientos y torturas sin compasión alguna.
Mantuvo a Doña Blanca, hermana de Carlos y partidaria de éste, encerrada en una de las torres de su castillo en Marcilla, antes de conducirla a su presidio en Bearne donde moriría envenenada dos años más tarde a manos de sus tíos, por orden de su padre Juan II.
Una vez desaparecidos los hijos del rey, Carlos y su hermana Blanca, y llevado por su mala sangre, ordenó la muerte del obispo de Pamplona Nicolas de Echabarri, cuando éste tomó partido por la princesa Leonor, frente a su padre Juan II, a pesar de haber sido él quien consiguió su nombramiento cuando fue embajador en Roma.
El asesinato ocurrió un 23 de noviembre del año 1468, en Tafalla en plena calle y a lanzazos, estando presente Mosen Pierres y a pesar de las muchas condenas y de ser de dominio público su implicación en el asesinato, el rey Juan II, lo protegió una vez más, y el único castigo recibido fue la excomunión, que le fue levantada tras hacer la correspondiente penitencia, parte de la cual la debió pasar, por iniciativa propia, en los calabozos del castillo de Marcilla.
Dice la leyenda, que para expiar su culpa, viajó a Roma buscando la absolución, pero no encontrando obispo ni cardenal que quisiera concedérsela, decidió engañar al mismísimo Papa cuando éste se encontraba paseando a orillas del Tíber, y aprovechando la ocasión, se tiró al rio mientras sus criados comenzaron a pedir al Papa que le diese la absolución por si se ahogaba. El Papa se acercó y dijo: “Yo te absuelvo, siempre que no seas Mosen Pierres de Peralta”.
Y así, Mosen Pierres, pasó a la historia como un personaje frío, desalmado y capaz de cualquier cosa con tal de aumentar su poder.
Una muestra de su leyenda de hombre perverso y sin escrúpulos, está en el dicho que dice «¡Eres más malo que Mosen Pierres!».
Su mala fama fue tal, que despertó la curiosidad del mismísimo Diablo, quien decidió visitarle personalmente para comprobar si esa reputación era cierta y, presentándose una noche ante él, le dijo que había venido a llevarse su alma. Pero el noble le convenció para que le concediese un aplazamiento para realizar un último deseo: Le construiría una torre al Diablo, en señal de pleitesía y le entregaría su alma con el primer rayo de sol que lo iluminase una vez terminada, a lo que el diablo, tentado en su vanidad, accedió.
Para burlar el pacto, mando construir la torre donde no pudiese entrar el sol y la desmontaba de nuevo por la noche, hasta que pasado el tiempo y sintiendo ya cercano el momento de su muerte natural, ordeno acabar la obra y se encerró dentro evitando los rayos del sol y creyendo que, con aquel sacrificio de enterrarse en vida y cuatro padres nuestros, engañaría a Dios al diablo, consiguiendo el perdón de sus muchos pecados.
Pero cuando le llegó su hora, en la soledad de aquella torre, a oscuras, sin ventilación, apenas pellejo y huesos, no se le permitió la entrada en el cielo por su mala vida, y al dirigirse a las puertas del infierno, el diablo también le negó la entrada recordándole su promesa y le impuso como castigo por su engaño el vagar eternamente llevando como única posesión, un candil con una llama eterna, que alumbrase su camino y aún hoy, en noches de luna y niebla cerrada es posible encontrarse con una luz tenue que recorre el camino de ronda del castillo y los senderos de los sotos del rio.
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