Ciudad en alquiler venta o traspaso


Paseo en mi ciudad delante de las ruinas de lugares que tengo ligados a mi memoria, hoy convertidos, en un reguero de locales vacíos que acumulan suciedad a la espera de una oportunidad que nunca llega.

De nada sirve ya lamentar su pérdida en un luto oportunista en las redes. Su momento pasó, como el mío, y ya sólo son recuerdos idealizados por el velo del tiempo.


Desde la pequeña tienda de Accesorios apícolas Santolino, en Predicadores, impregnada de olor a miel y cera donde un curioso personaje mitad guitarrista heavy mitad pastor de monegros me abastecía directamente con un cazo llenando los botes de cristal reciclados envueltos con periódico para protegerlos de la luz, mientras explicaba como trasportaba en su  camión las colmenas siguiendo el ritmo de las floraciones de los naranjos valencianos, del Pirineo y monegros.


La librería Los portadores de sueños, donde, con ese nombre, comprar un libro se convertía en un acto casi mágico.


La tienda especializada de fotografía, que siempre tenía tiempo para explicar y ayudarme en mis tribulaciones de pobre aficionado.

Algunos de los puestos de la plaza san Francisco, donde los domingos rebuscaba pequeños tesoros con mi hijo, imaginándome las playas exóticas de donde procedían aquellas hermosas conchas o el mundo perdido  de Jurasic Park donde alguna vez habían respirado aquellos seres extraños  convertidos en fósiles.

La tienda de muebles donde decoramos nuestro primer “refugio” realmente nuestro.

Todos conocemos una tienda de ropa donde compramos aquella americana ochentera con hombreras, una zapatería donde estaban aquellas camperas imposibles que nunca te atreviste a  comprar.

Todos tenemos bares en el recuerdo que quedaron unidos para siempre a una canción, una borrachera, un beso o a los mejores bocatas del mundo mundial. 

Lugares en el centro y en los barrios,  bulliciosos y repletos de vida, hoy desaparecidos, simplemente vacíos o que han dejado paso a  grandes superficies,  franquicias y venta on-line con las que no han encontrado  la manera de convivir.

Tal vez solo sirva para alargar su agonía y alargar el final de una idea de ciudad (de vida tal vez) que cambia demasiado rápido hacia otra cosa, pero si realmente nos importan,  deberíamos apoyar  esos lugares que queremos seguir viendo abiertos en la ciudad mientras se mantengan en pie, celebrando su existencia y frecuentando sus entrañas porque recordarlos al pasar delante de sus puertas cerradas nada tiene que ver con experimentar su auténtica vitalidad y el bullicioso encanto de las gentes que los pueblan.






Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La Diosa Madre y las Vírgenes de Agosto

Del Amor y el Desamor.

Insignificantemente grande