La gran conjunción
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Llega la última luna llena del 2020, y en este fin de año frío y extraño, la gran conjunción de Júpiter y Saturno me ha colocado en la encrucijada de tomar una decisión y asumirla. Esa es quizás la esencia misma del hecho de estar vivo. Un cadáver nunca toma decisiones.
Firmar o no firmar. Una jubilación es un premio al trabajo realizado. Un descanso merecido. Un ERE no es exactamente lo mismo:
Un día tu empresa te dice:
- Mira, co, necesitamos soltar lastre para poder seguir a flote y tú,TÚ, eres el lastre.
Soy yo, ahora, el dinosaurio, parecido a los que encontré hace ya muchos años (algunos aún siguen pastando por ahí. Y algunos otros de la especies carnívoras siguen agazapados en algún despacho dando dentelladas). Soy yo ahora, parte de ese pasado jurásico casi extinto, donde algunas veces, solo algunas, la idea de la empresa-gran-familia-que-vela-por-ti, aún se podía de creer. Hoy ya no.
En cualquier caso, la decisión está tomada. Otros lo han hecho por mí y en cualquier caso hace tiempo que el cansancio y el hastío lo hicieron incluso antes de presentarse la oportunidad. Solo es un trámite que me coloca exactamente en el lugar donde quiero estar. Eso sí, con un par de puntos más de incertidumbre hacia el futuro incierto que nos aguarda. Solo una fase más en esta mutación interminable.
Aun así, hay algo de This is the end, de fin de capitulo (que no de libro). Uno de esos momentos en que detenerse a mirar hacia atrás y, chico, que quieres que te diga, lo que veo me gusta. Hasta los errores cometidos los asumo a vista de pájaro ahora con una sonrisa observando lo pardillo que fui. También hay esfuerzo, dolor y dudas pero sobre todo hay muchas personas en el camino, algunas siguen ahí, otras no, pero todas han sido importantes y a todas ellas les debo que el resultado final del cuadro sea aceptable.
Entre aquel chico de pueblo cargado de ilusiones y miedos frente a la puerta de una pensión en una ciudad , aún extraña, que miraba alejarse el coche de sus tíos con sus padres dentro hace ahora 38 años y el hipertenso meón y malduerme que soy ahora, que observa su propio atardecer acercarse al ocaso inevitable, ha pasado toda una vida llena de grandes y pequeños momentos, buenos y malos, donde uno ha ido arrancando capas de cebolla, una a una buscando una quintaesencia inexistente para descubrir, casi al final, que no hay más. Que uno solo es lo que es: un puñado de carne y grasa camino de la mojama con hiperhidrosis en los pies y pirosis estomacal pero con la capacidad de seguir construyéndose y reinventándose como siempre lo ha hecho.
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