Caleidoscopio de pandemia

Espejos, dentro y fuera de la realidad en el recinto CaixaForum Zaragoza. 

Me encuentro en el corazón de la ciudad del viento como el crío que gira el tubo de un caleidoscopio gigante, creando imágenes de todas las formas y colores.

Faltan unos minutos para el cierre del bar y han comenzado a recoger las mesas de la terraza.

El sonido y las luces estridentes de una ambulancia, que pasa veloz camino del hospital, despierta el recuerdo dormido de una mano huesuda, arrugada y ya fría, de una respiración forzada, angustiada, y aquel sentimiento de saber que tiene que dejarla marchar pero aún la retiene un momento, le acaricia la cara, le besa la frente y la tensión, acumulada los últimos días, se diluye poco a poco: ha dejado de respirar. Todo ha acabado. La muerte liberadora. Un instante intenso al que le sigue un despertar lento como la salida del sol en un día de niebla.

La camarera se acerca y, amablemente, le dice:

- Estamos cerrando. Ya sabe: la nueva normalidad.

Apura el último trago. Se levanta, no sin dificultad, y zigzagueando se dirige entre inútiles semáforos parpadeantes hacia la plaza del obelisco, ahora sin tráfico, donde ante la atónita mirada de los viandantes, que apuran el regreso a casa antes del toque de queda, se arranca la mascarilla, se baja la bragueta y comienza a orinar.

Algunos peatones lo increpan, otros simplemente lo ignoran. Una vecina se asoma a la ventana y le grita:

- ¡Marrano!, ¡Vete a mear a tu casa!,

- ¡Hija de puta!, ¡Baja y me lo dices a la cara! contesta él.

Hace tres días que ha perdido su trabajo en un concesionario, pero en su cabeza tiene un plan. Dando traspiés, se dirige al parking de la empresa de maquinaria pesada. Se hace con una retroexcavadora arrancando la barrera de acceso y tras recorrer los kilómetros hasta la planta de Mercedes, donde trabajaba, y ante la mirada atónita del vigilante, arremete contra los flamantes automóviles. Para cuando se presentan las patrullas de policía, más de 70 vehículos se encuentran completamente escacharrados, como sacados de una película de Terminator y nuestro protagonista, mucho más despejado, ha cogido un taxi hacia la casa de Rosalinda, su puta fija.

Rosalinda, tampoco está en su mejor momento. Hace un par de días, una discusión terminó con un café hirviendo en la cabeza de su rival, entre insultos y gritos, ante un camarero chino que no pudo controlar la situación. Un empujón, un mal resbalón con aquellos zapatos de plataforma en la nieve helada y Rosalinda acabó en el hospital con medio cuerpo escayolado.

Fue un polvo triste.

-  Pero.. ¡Mueve el cuerpo, coño!, le decía él

- ¡Me cagüen todos tus muertos!, replicaba ella, mientras intentaba menear su medio cuerpo escayolado, como un 4 X 4 en una trialera de montaña.

La televisión estaba encendida. Un fauno y un tío con cuernos y un sombrero de piel de castor campan a sus anchas haciéndose selfies por los despachos del Capitolio, ondeando por los pasillos banderas Confederadas y carteles proclamando la supremacía blanca. Afuera, en la entrada han instalado una horca siniestra.

Enciende un cigarrillo y una frase le viene a la mente: “El ODIO es el veneno que UNO toma esperando que OTRO se muera” .

Suenan las sirenas. Las luces de los coches de policía proyectan imágenes de colores en la pared opuesta a la ventana el apartamento.

Suena el portero automático ...

-¡Policía! ¡Abran la puerta!

Dicen que la verdadera patria de uno son sus propios recuerdos, aunque sean inventados, donde uno puede volver siempre que quiera para refugiarse de un presente que en ocasiones nos supera y escondernos del mismo como lo hacíamos de críos montando una cabaña con un par de pacas de alfalfa en el pajar.

Comentarios

  1. Genial, Garde. Yo me plantearía en serio la escritura👏👏

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  2. Genial, Garde. Yo me plantearía en serio la escritura👏👏

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