Un sesentón el día 23


 “Donde fuiste feliz alguna vez no debieras volver jamás” canta Sabina. Pero uno siempre termina volviendo y comprobando el desastre entrañable que el tiempo ha hecho con sus recuerdos entre los que te mueves, un poco perdido al encontrarlos habitados ahora, por tus fantasmas y por intrusos para los que tú eres realmente el verdadero desconocido.

Y a pesar de todo, vuelves al lugar donde fuiste feliz, o más o menos, que de todo hubo, y no todo bueno. Y llegas con la candidez de quien cree que puede convertirse en un viajero del tiempo y volver atrás y asistir un año más a esa catarsis en que todo y nada ha cambiado. 

En casa, las nubes blancas pasan por el gran ventanal, anunciando la fiesta, reflejándose en el blanco impoluto de la ropa ordenada sobre las sillas, que alguien ya preparó ayer, como siempre, en torno a una mesa llena de fotos y recuerdos; mientras, en la plaza del pueblo se va congregando una multitud en un caos sólo aparente, pero en riguroso orden.

En la periferia de la plaza, a la sombra de los soportales y de los sufridos árboles, bebés en sus carritos y ancianos en sus sillas de ruedas. En el centro del círculo jóvenes y adolescentes que se asoman al futuro cargados de energía y de vida y en medio de unos y otros, nosotros. Padres y abuelos que reviven el pasado, cuando éramos nosotros los que estábamos en el centro, y ahora, quietos como perros viejos al sol sujetando el vaso de cerveza o la copa de vino, como quien sujeta el frasco de su próximo análisis de orina. 

Y sonreímos viéndolos ahí. saltando abrazados, empujándose, cantando, riendo, y el bullicio y la alegría se imponen borrando al menos por unos días, el desengaño gris y la pasta pringosa de la rutina.  

Todos saltan y ríen al compás de una música que todos conocen, vivos y hasta los muertos y que lleva sonando desde hace siglos y que seguirá sonando  cuando los que ahora ríen, lloren, incluso cuando ellos ya no estén aquí, pero habrá otras bocas, otros cuerpos, trazando una cadena que va trenzando eslabones generación tras generación.

Marcilleses marcillesas…, los pañuelos en alto, rojos como un campo de amapolas en un mar de espuma blanca mecido por un viento que trae sonidos de charanga y olor a alcohol y a los primeros besos con sabor a kalimocho.

Suena el cohete y es un brindis a la vida, presente y pasado se solapan como si la fiesta de cada año estuviese dibujada sobre hojas de papel vegetal que transparenta ese mismo día de muchos veranos anteriores, cuando estabas ahí en el centro y creías que esa plaza era el centro del mundo y no había nada más.

Situados ya en primera línea de la trinchera, miramos a esos casi niños aún para nosotros y sonreímos, y dudamos si queremos o no queremos que se parezcan tanto a nosotros. Nos enorgullece y nos aterroriza que así sea.  Que no sufran. Que no repitan nuestros errores. Pero lo harán y así tiene que ser.

Leí hace poco que cuando tienes 60 años también tienes 30 y también 18 y 14 y 11 y 7 y hasta 3 ¿Que no?. No, claro. Sabemos que nos hemos bebido más de la mitad de la cerveza y sabemos que los tragos más frescos y espumosos ya quedaron atrás

Y aun así quiero apurar el vaso aquí, en este lugar, en ese momento, donde algún día fui feliz, o casi.


(*) Algunas imágenes están copiadas de la novela "Orquesta" de Miqui Otero ya que cuando las leí las sentí como mías aunque yo no hubiese podido describirlas así. Por algo el es escritor y yo solo garabateo de vez en cuando en un blog

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Insignificantemente grande

Tesoro efímero