El mutante se va de romería

19 de Mayo: Boda de la Meghan y el Harry y yo con estos pelos. Tampoco hubiese podido ir. Tenía cita con la Virgen de Jaraba.

¡Qué buen pueblo de pesca si tuviera río! 

Cubel es un pueblo de la comarca de Daroca ya limítrofe con la de Calatayud, con una población de unos 175 habitantes, con los problemas de comunicaciones (entre otros) de los pequeños pueblos de Aragón, pero donde tiene pinta de que se vive bien. Muy bien. Con su pequeña escuela y su consultorio médico 2 días por semana, su enorme pabellón, su piscina, su plaza, sus peñas, su bar y una panadería donde se venden una magdalenas cojonudas.


Cada iglesia tiene su fiesta y cada ermita su fiestecica

Las gentes de Cubel  se empeñaron, ya hace algunos años, en recuperar y mantener viva la tradición de la romería que recorre  unos 30 Km, desde Cubel hasta la Virgen de Jaraba, donde llegan también desde otros pueblos de la zona cada cual por su camino y en un día diferente (en Aragón siempre termina saliendo ese espíritu individualista tan suyo que, como decía una amiga, se nota desde los maquis de las masías de Teruel a la forma de bailar la jota y si no compárese con una sardana, pongo por caso).


La ermita de la virgen de Jaraba está colgada de los cortados del barranco de la Hoz Seca, muy cerca del Balneario de la Virgen y próxima a unas pinturas rupestres descubiertas no hace mucho (a pesar de su importancia, que nadie espere una capilla Sixtina), las más occidentales del levante español en Aragon y que dan testimonio de que el lugar ha sido “especial” desde siempre.


Es allí, en la ermita, donde se encuentra una pequeña virgen de no más de 15 cm en piedra caliza y con un manto de plata que casi parece un llavero. De hecho seguramente se trata de una virgen guía, un amuleto protector que en la Edad Media se llevaban a las batallas como ahora (o antes) el San Cristóbal de los conductores, además de licenciada en Protección de plagas de langostas, epidemias varias y hasta curandera. 

Romería de cerca, mucho vino y poca cera

Toda romería tiene, además de su “excusa” religiosa, bastante de fiesta pagana, y sobre todo, de ser un momento de encuentro de los que están, los que ya no están y de los que están cuando pueden; un momento para sentirse parte del grupo, recuperando señas de identidad en contacto con los orígenes, la gente y la tierra, como el Gigante Anteo que siempre vencía sus peleas ya que al tocar tierra, su madre Gea, le daba fuerzas y lo reanimaba de nuevo.


Originalmente los romeros dormían en los alrededores de la ermita y al día siguiente, misa y comida popular por los alrededores. Hoy los peligros de derrumbe impiden quedarse a dormir en el albergue junto a la ermita y los romeros vuelven en coche al punto de origen para volver al día siguiente a cumplir con la tradición.

Dame abril y mayo y llévate todo el año

El campo huele a romero, a espliego y a tomillo y el verde fresco y tierno de los trigales meciéndose bajo la brisa compite con el azul intenso del cielo plagado de nubes imposibles.


Árboles solitarios, pequeños montones de piedras sacadas de los sembrados y parideras que a duras penas se mantienen en pie, salpican el paisaje mientras los romeros avanzan a paso rápido entre caminos y campos de cereal, algún árbol aislado recortando la línea del horizonte y algún reducto de quejigal que resiste la roturación, asentado en algún escarpe.


Hasta llegar a Llumes (pedanía de Monterde) no vemos chopos ni se oye rumor de río alguno, y se nota la alegría en las caras de una gente sin rio que viven siempre mirando al cielo pendientes de la lluvia que no llega o llega a destiempo, para los que el agua es sinónimo de vida y riqueza.


Cielo aborregau, suelo regau 

Amenaza lluvia pero no llueve, apenas un chaparrón y un poco de granizo cuando paramos a comer en Campillo de Aragon que acondiciona el pabellón para los romeros, y que viene bien para alargar la parada lo justo para recuperar fuerzas, tomar un café en el bar del pueblo, jugar un guiñote y continuar.

Y como había que lucir capas y chubasqueros y, cumpliendo con el refrán, una lluvia fina que aviva los colores del campo y hace acelerar el paso durante un par de kilómetros más.


Porque no hay mejor andar que el no parar

Los más jóvenes cantan, se pasa la bota, se come. Sobre todo se come y se camina ligero hasta llegar al cabecero del barranco de la Hoz Seca, donde es imposible no hacerse un selfie con los espectaculares cortados del barranco al fondo.


Y ya por el barranco, las antiguas parideras y restos de hornos de cal (caleras) donde se hacía la cal viva con que se blanqueaba y desinfectaba cuadras y hasta las casas desde siempre. Ecos de oficios y formas de vida ya casi desaparecidos. 
  

La noche se llena de magia en Cetina

Por la noche Ismael se ofrece a llevarnos a Cetina para ver su contradanza. No sabe cómo se lo agradezco y entre las quejas del grupo llegamos con la hora justa para ver un espectáculo que en cualquier otra parte sería considerado prueba de ser un pueblo único y diferente. El castillo iluminado sólo por las teas de brea de los danzantes, sus trajes blancos y negros, sus máscaras de muerte (a mį me lo parecen),  y sobre todo el silencio de sus pasos al bailar como si no tocaran el suelo, el diablo rojo dirigiéndolo todo, metiéndose con los danzantes y representando mudanzas religiosas y paganas a ritmo de una música repetitiva y machacona hasta la saciedad. Un colofón de lujo a un día estupendo.


Púsose a santiguar y se saco un ojo

Al día siguiente nos espera Balancé, el párroco de Cubel un negro de Burundi que aun da más color a la fiesta.


La gente besa la pequeña imagen y, rapidico, de nuevo a comer al merendero de los cañizos, junto al pantano de la Tranquera: brasa, vino, conversación y una sensación de bienestar, a pesar del cansancio, que te recorre todo el cuerpo. 

Y hasta una palabra nueva para mí: Pipirigallo. La esparceta, una leguminosa cultivada para el ganado que tiene un trabajo y tratamiento  similar al alfalce de mi pueblo y de otras tierras de regadío (volteo con horca incluido), pero más apropiado a tierras pobres y climas fríos de los secanos de Zaragoza y sobre todo Teruel, y que pinta de morado los campos y llena el aire del zumbido de las abejas.


Después del burro harto, venga coces al canasto

Ya de vuelta en coche, Roberto conduce escondiendo sus ojos somnolientos bajo las gafas oscuras bajo la atenta mirada de Merche que está dispuesta a salvarnos la vida como virgen guía protectora de la Almozara.

El paisaje pasa rápido, con un cielo amenazante, surcado de un arcoíris completo que encuadra la ciudad, al fondo, como una máquina del tiempo que te devuelve a otra realidad y como, una garrapata en el ombligo, la sombra del lunes y sus rutinas amenazan más aún que la tormenta y… pienso ahora, que ni siquiera me he acordado de mandarle un parabién y una disculpa a  los príncipes de la vieja Albión por no haber asistido a su boda.


        

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