Los buñuelos de San José


En San José, mi casa, la del pueblo, siempre olía a recién pintada, a primavera colándose por las ventanas abiertas, al viejo colchón de lana recién lavado y escoscado y a buñuelos.

Me encantaba observar a mi madre empujando con el dedo desde la cuchara, los bolitos de masa que caían hasta el fondo de la enorme olla de aceite hirviendo para subir como buceadores a la superficie cuando comenzaban a inflarse y entonces con una cuchara enorme de madera empezaba a darles suaves golpecitos haciéndolos girar a un lado y  otro hasta que adquirían ese bonito color tostado.

Una cesta enorme de buñuelos rellenos de nata y crema o sin rellenar para untar en aquellas tazas de chocolate, en pijama, de domingos de misa a las 9.

Lo de los trabajos de guardería llegó después, la manita sobre arcilla de mi hijo con 4 o 5 años  y después, minuciosos dibujos de mi hija que aún recibo con alegría (ella sabe que me gustan y le salen más baratos que cualquier regalo).

Ser padre, básicamente consiste en reciclar los yogures caducados de la nevera, dejar de comerte la parte favorita del pollo los domingos y hacer de cajero automático orgánico.

Con ellos, llegan las preocupaciones desde el primer día. Verlos crecer y preocuparte, verlos enfermar y volver a preocuparte y cuando ya parece que no hay motivo para ello, preocuparte de nuevo.

Poco a poco los aceptas como lo que son, personas autónomas con sus clarooscuros, imperfectas como nosotros, porque de semejante material imperfecto de partida (nosotros) tampoco se pueden pedir milagros.

Después, sentirlos alejarse, porque tienen que alejarse, y quedarte mirándolos con las manos en los bolsillos entre orgulloso y triste, consciente de un tiempo que se acaba, tu tiempo, y uno nuevo que se acerca, en el que tu papel queda relegado a un pequeño cameo los días de celebración y que pudiéramos titular como el día en que pasas a ocupar el asiento de coche llamado el del "ahí te pudras" (asiento trasero derecho a compartir con el perro que lo ocupa en este momento)

Eso sí, a quererlos no es necesario aprender. Eso viene de serie. Feliz día del padre.

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