VIGNEMALE: El señor de la montaña.

Tras el buen sabor de boca dejado por el concierto de Ara Malikian y el regusto amargo por el recuerdo del genocidio de millón y medio de armenios ignorado por la comunidad internacional (una vez más los muertos invisibles de tercera), un buen madrugón para reunirnos en plaza Europa con Juanjo, Tere y Ricardo que nos recogen con su furgo.  Bea y Manolo se encontrarán con nosotros en Bujaruelo. 

A pesar de mis dudas, el reto personal, la compañía, las previsiones de buen tiempo, el poder ver el segundo glaciar más grande del Pirineo y único que aún mantiene su fisonomía alpina, a pesar de la fuerte regresión  de los últimos años, (el cambio climático está ahí y la desaparición de los glaciales del Pirineo es una buena prueba de ello), hacen que me lance a lo que para mí ha sido una auténtica aventura. Eso y la idea de desconectar 4 días, sin cobertura, cagando a pulso, lavándome en un abrevadero de ovejas y llegando agotado a las 9 de la noche con la mirada desbordada de vistas impresionantes que es lo más parecido a la práctica del mindfulness tan de moda en estos días que nos han tocado vivir como si lo de estar en babia fuese un invento nuevo y exigiera de cursos de pago para conseguirlo. 

El chirigallo pa las moscas...el martillet con punchas...los clavetes... Pinganeta... zinglo... ¡ya es bonico ese perret ya! 
Bea

Lady Anne Lister fue una mujer  inteligente, curiosa y con los suficientes recursos económicos para no dedicarse a otra cosa que desarrollar sus inquietudes sin otra preocupación que viajar, subir montañas y dedicarse a sus aventuras amorosas con otras mujeres que detalla en su diario donde codificaba los pasajes  más íntimos con un sistema que ella misma creó. Fue la primera mujer que ascendió al Perdido y se le atribuye la primera ascensión "oficial" al Vignemale, en  pugna con el Príncipe de la Moskowa, en una bella epopeya al estilo Scott-Amundsen y en unos Pirineos que por aquel entonces debían ser tan desconocidos e ignotos como alguna región de Africa.


Las vacas amenazan con llevarse los retrovisores de la furgoneta que dejamos abandonada a su suerte en Bujaruelo. Tomamos el  GR 11 remontando el valle del río Ara, dejando a la izquierda los valles de Otal y Ordiso. Descansamos junto a la cabaña del Cerbillonar. El camino no tiene complicaciones pero es largo, muy largo. Unos huesos ¿de un incauto montañero?, parecen advertirnos, pero no. ¡Qué pena!, No soy Indiana Jones en busca del arca perdida. Solo son unos huesos de vaca blanqueados por el sol.

Desde allí, parte la subida al Macizo del Vignemale o Comachibosa por el corredor de la Moskowa hasta el collado de Lady Lister entre el Pico Cerbillona y el Pico Central que permite acceder al circo glaciar para alcanzar los pies del Vignamale. Una subida de pendiente impresionante para la que mis piernas ya no están preparadas así que seguimos camino hasta el nacimiento del rio Ara y su pequeño glacial donde volvemos a descansar un momento antes de emprender la subida hasta el Collado de los Mulos junto a una marmota alcahueta que parece querer decir ¡qué coño hacéis aquí!.  Ya desde el collado y tras una bajada pedregosa y muy pendiente llegamos al refugio francés de Oulettes de Gaube que nos regala con unas vistas impresionantes del Vignemale y nos recibe con una cabra dispuesta a tirar por tierra mis pretensiones de fotógrafo de un empentón. 

En el silencio y en la serenidad de las altas montañas, la historia humana parece un drama de la locura, donde la sabiduría y la lucidez no son más que entreactos.
Henry Russell

El conde Henry Russell es uno de esos personajes que te provocan rechazo u admiración a partes iguales. Aristócrata excéntrico y héroe romántico, al igual que muchos otros de su estatus, nunca le hizo falta trabajar, como él mismo reconocía. Sin embargo, dejó valiosos documentos sobre la exploración de los Pirineos y realizó la ascensión de la mayoría de sus picos, aunque también alguna que otra excentricidad. 
Sin motivación para seguir los estudios que su padre le proponía y con la prohibición de éste (ferviente católico irlandés) ante el matrimonio de Henry con una chica de familia protestante,  acabó enrolado en un barco hacia Sudamérica del que tras varias escalas, fue despedido por indisciplinado. De regreso planea un viaje a América del Norte que le llevaría desde Quebec hasta Cuba. Su viaje más largo le llevó por Asia y Oceanía acompañando una delegación rusa atravesando Siberia y el desierto del Gobi  y a pesar de la prohibición para los occidentales que existía en China, llegó hasta Pekín, donde fue reconocido y obligado a volver a Rusia. Prosiguió  hasta Japón y Australia y Nueva Zelanda donde convivió con un pueblo maorí. Exploró las montañas del país, pero acabó perdido, sin nada que comer ni con que protegerse, durante cuatro días. Pasó por la India, donde vio las montañas del Himalaya pero tuvo que volver a Europa debido a una enfermedad. Su experiencia en ese viaje le llevó a escribir el libro "Seize mille lieues à travers l'Asie et l'Océanie" que se dice inspiró a Julio Verne para su novela "Michel Strogoff" y el personaje de Phileas Fogg de "La vuelta al mundo en ochenta días".


Desde el refugio Oulettes de Gaube al de Baysellance uno de los más altos del Pirineo pasando por la Horqueta de Ossoue  y ascendiendo desde allí al Petit Vignemale y col de la sede  antes de descender al refugio y ya por la tarde hacia el Col de Labas seguidos por una oveja-perro que no para de balar desesperada, para admirar las vistas del Vignemale y glaciar de Ossoue que nos espera al día siguiente.



En el refugio nos vuelven a sorprender con una sopa con curry y pimienta. La camarera nos pregunta si por casualidad nos hemos llevado por error unas botas de le coq sportif que han llamado de Gaubes. Los ojos nos hacen chiribitas. ¡Vaya! ¿Esa es la idea que siguen teniendo de nosotros nuestros vecinos? Pero ¿a 3.000 metros de altitud entre amantes de la montaña, aún sigue habiendo chorizos? Otro mito que se viene abajo. Pues no señorita, no nos hemos llevado las putas botas y, por supuesto, si lo hubiésemos hecho no lo confesaríamos aquí sin más. Los españoles somos así: sin potro de tortura ni guardia civil lo negamos todo. Por la noche, me levanto a mear: hace calor en el dormitorio y el ambiente es irrespirable (nosotros 7 y 5 más) y roza el límite admisible de salubridad recomendable. Salgo un momento bajo las estrellas y respiro profundo. Al volver, a oscuras, entre ronquidos, ruidos varios y ese olor animal que tanto nos empeñamos en disimular a base de jabones y perfumes, me hace por un momento imaginar que entro  en una cueva del paleolítico.
El mejor pintor del mundo se encontraría en una situación embarazosa, si se le pidiera un paisaje, con la prohibición de pintar otra cosa que no fuera nieve o rocas. Sin embargo, eso basta a la naturaleza para conseguir efectos sublimes. Hace bello lo horrible.
Henry Russell

El Idilio de Russell con el Vignemale, le hizo subir hasta 33 veces (la última  con 70 años). Su excentricidad le llevó a hacer construir hasta 7 cuevas a lo largo del tiempo en la pared de la montaña. Una de ellas, bajo el pico Pique Longue a 18 m de la cima. Es la Grotte du Paradis, en la que usa explosivos para extraer 16 metros cúbicos de roca. Como todas las anteriores, la cierra con una puerta de hierro pintada de minio e impide que otros que no sean sus amigos la puedan disfrutar. En ellas acomodaba a las numerosas visitas de lo más selecto del Club Alpin Français que admiran la pasión y, sobre todo, la fortuna de Russell y a las que atendía vestido siempre con llamativas ropas semejantes de las que vio en su viaje por China.
 En Diciembre de 1888 se le aprobó la concesión de unas 200 hectáreas a una altura de 2.300 m durante 99 años, por el simbólico precio de un franco anual. Desde entonces, el aristócrata se embarca en lo que fue la obra de su vida, en una doble vertiente: la del montañero aventurero y la de aristócrata amante del lujo y las reuniones sociales.
Su obsesión le llevó a pasar 147 noches en las cercanías de la cumbre, al principio con el único abrigo de su saco de piel de oveja, y posteriormente en las cuevas que él mismo ordenó construir. Otra de sus locuras fue hacerse enterrar con piedras durante toda una noche en la cima de la montaña para "sentir y ser" la montaña. Russell ordenó construir una torre en la cima del Vignemale para que “su montaña” alcanzara los 3.300 metros. Dos semanas después, una tormenta la había derribado: “Aquí es donde lleva el orgullo”, diría poco después. 

Desde Baysellance, tras descender unos metros, emprendemos el ascenso hacia el glaciar de Osseau. Aun sin hielo, la fuerza del glacial está presente en el paisaje, en la forma del valle, la erosión de sus paredes, la enorme cantidad de piedras amontonadas aquí y allá, las marcas del hielo sobre las rocas pulidas como de cuchillas.


Llegamos por fin al borde mismo del glacial donde nos colocamos los crampones y lentamente emprendemos la subida. Puedo imaginar el ruido del hielo al desplazarse sobre las rocas con un chirrido en otros tiempos, cuando el glaciar estaba en todo su esplendor, ahora asistimos a sus últimos estertores como un dragón blanco derrotado y agonizante y el único ruido que podemos oír es el de los pequeños arroyuelos que desangran al glaciar en un agua recien surgida de un hielo milenario.


Las vistas (y la subida) quitan el aliento. Subiendo el Vignemale (3.298) el grupo que nos precede desprende una roca que a cámara lenta va cayendo por la pared casi vertical con un ruido de cascos de caballo y por un momento tengo miedo y me aprieto contra la pared mientras la roca pasa de largo. Miedo a las rocas que pueden caer, miedo a caerme en un error fatal en mi torpeza y miedo a las rocas que uno mismo pueda desprender. Pasamos junto a la Grotte du Paradis de Russel muy próxima a la cima y por fin ¡Dios! ¡Qué sensación!, ¡Qué subidón!. No me canso de mirar, de hacer fotos, de sonreír, de abrazarnos como niños.


La bajada se hace más difícil no tanto por la dificultad sino por mi canguelo a las alturas: me sobran brazos y piernas. Continuamos con  Clot de la Hount (3289) , Cerbillona (3248) y Pico Central (3.225), todos tan al alcance de la mano que es imposible decir no. No podemos parar, nos vemos capaces de todo en ese estrecho espacio entre el cielo y la tierra. Me siento como el señor de la montaña y, al mismo tiempo, pequeño, muy pequeño. Comemos en el col de lady Lister y comenzamos el regreso al refugio. Nos despide del Glaciar una manada de rebecos que saltan entre las rocas y la nieve. Por la noche, y ante la experiencia del día anterior, decidimos dejar la ventana abierta de par en par: yo, justo debajo de ella, decido colocarme un gorro para protegerme la calva pero no protesto. Parecemos enanitos de Blancanieves.
Abajo, la vida las flores y la primavera, los arroyuelos vagabundos; más arriba y gradualmente, la decoloración, las ruinas, la muerte, y, en la cima, el Paraíso y el Infinito.
Henry Russell

Russell no aceptaba construcciones artificiales en la montaña. Cuando se le solicita permiso para la construcción del refugio de Baysellance en un rincón de su propiedad, el aristócrata se niega.  El 8 de agosto de 1904 pasó su última noche en su montaña, dedicándose el resto de su vida a escribir. De ahí salió la última versión de su libro más famoso, "Souvenirs d´un montagnard", enfermo, murió en Biarritz con 75 años, siendo enterrado finalmente en el cementerio de Pau.

Emprendemos el descenso hacia el embalse de Ossoue,


y tras el puerto fronterizo, el ibón de Bernatuara , una pareja y su perro se bañan en la orilla. 

España: vuelve la cobertura y enfilamos el descenso entre praderas de lirios y brezos amarillos.

La temperatura ha subido varios grados. Se agradece la sombra de un bosquecillo y, tras un camino lleno de revueltas, bajamos a Bujaruelo donde nos espera un baño en calzoncillos en el rio Ara tonificante y reparador y una par de huevos fritos con longaniza y una jarra de cerveza que hace que se nos salten las lágrimas de alegría. La felicidad absoluta se concentra en ese par de huevos fritos.  No necesito mucho más. 

Vignemale from Jose on Vimeo.

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