Un mal día

Mas borracho que de costumbre, el encargado del centro comercial, camina dando tumbos hacia megafonía, para anunciar con voz gangosa ofertas imposibles. Tras un momento de duda, los clientes se lanzan de uno a otro stand según los va nombrando el encargado en una vorágine incontrolable dejando tras de sí un reguero blanco de piernas y brazos de maniquís semidesnudos como víctimas de una hecatombe nuclear entre botes de mermelada de fresa y bolsas de congelado esparcidas por el suelo.

Mientras, desde el ventanal de la oficina central, su superior, rojo de ira, con los ojos saliendo de sus órbitas y con la yugular a punto de convertirse en fuente de la mora en Cariñena en plena fiesta de la vendimia, entre  “mecagüen Dios” e insultos varios, da órdenes a seguridad para que saquen al estúpido de Martinez del puesto de megafonía.

Ni siquiera se resiste. Después, la bronca, el finiquito y la calle fría de esta ciudad adormecida por el cierzo que por cortar, corta hasta los sentimientos. 

Camina despacio sin rumbo para acabar sin pensar en su lugar preferido, secreto y mágico, hoy frio y vacío.

Asomado a la terraza, anochece sobre los tejados del barrio que a él, que siempre fue un poco peliculero, le recuerda a Montmartre pero en maño. ¡Dios sabe por qué!. Aquella misma terraza donde lo imposible parecía posible, entre árboles pintados de una selva naif también imposible que le traía a la mente la portada del hablador de Llosa.

Un folio, con una frase que lo resume todo, sigue en el suelo bajo la pata de la mesa ¿dos? ¿tres años? como una pajarita de papel atrapada y con las alas rotas.

Anochece. Sin estrellas. Sin luna. Con las manos en los bolsillos regresa  a casa por sus calles preferidas donde puedes encontrar un niño meando a la luna, desde su balcón. Un par de municipales registrando  a un chaval de la calle o los musulmanes saliendo de su mezquita improvisada en uno de los bajos del barrio.

Imaginando su futuro tras un periplo de geometrías sentimentales imposibles. Triángulos escalenos rotos con  un crujido de huesos y el dolor del deseo truncado. ¿Dónde va el deseo cuando se acaba?

- ¿Crees que acabare creyéndome Adonis, loco, destrozado y solo?
- Con una camisa de fuerza y creyéndote Napoleón es más como yo te veo – le dijo un amigo

Ya en casa, otra realidad espera

-          ¿Qué tal el día?
-          Bueno, bien. ¡Como siempre!

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