La vaca de la curva

Hace ya rato que me había arrepentido de hacer caso al maldito navegador. Claro que la culpa no era precisamente del cacharro, al que ya  había dejado mudo para que no me diese la brasa y aun así me seguía advirtiendo que me diese media vuelta una y otra vez hasta que ya, resignado a un dueño más cabezón que él, como diciéndome “¡tú verás!”, me había recalculado la ruta según el parámetro “más corto” que yo mismo había introducido y hasta aquí me había traído, en el día del cambio de hora, conduciendo de noche por una carretera de montaña desierta, sin marcar, e interminable.

La radio  emite una especie de ruido de hojas secas. La humedad del bosque se condensa en pequeñas gotas en el parabrisas y  los faros iluminan los altos troncos de los árboles que rodean cada curva de la carretera prácticamente  a oscuras.

Al lado mi mujer rezongando y detrás, con la perra durmiendo sobre sus rodillas, mi hija alucinada con los bichos que cada cierto tiempo surgen como apariciones a lo largo de la carretera y muerta de risa cada vez que su madre nos sobresalta con sus sustos histéricos.
Un jabalí hoza en la cuneta (si la hubiese), indiferente a las luces que iluminan su crin crespo, varias veces habíamos visto caballos junto al borde con la piel encostrada de barro como espíritus equinos esperando a sus jinetes descabezados.

Acelero. Quiero acabar con los kilómetros que faltan hasta la general cuanto antes y al girar a la derecha ahí estaban sus enormes cuartos traseros blancos y fantasmales. Tuve tiempo de ver como el animal giraba la cabeza y me miraba a la cara con esa mirada estúpida y resignada de bistec andante. Un frenazo brusco. Y digo yo. ¿Si todo el mundo tiene visiones de la niña de la curva vestida de Prada, por qué tiene que tocarme a mí la vaca de la curva?.

Tal vez debería bajarme y descuartizarla al estilo de Apocalipsis Now a ritmo de This is the end o igual dejarme tragar por ella como en el cuento de Pulgarcito para luego gritarle al mundo desde su panza cálida y segura ¡Que os jodan!.

O como en la historia esa en la que un maestro cabrón degüella una vaca, única posesión y sustento de una familia para demostrarle al discípulo un año después como aquella familia había sido capaz de prosperar al verse privada de lo único que tenía y les tenía bloqueados en su propia miseria por miedo al cambio y a perder lo poco que tenían.

Moraleja: si quieres avanzar debes desprenderte de tus propias vacas.

Nos sostuvimos la mirada un momento y  después, nada. Como si hubiese perdido todo su interés por mí, siguió caminando con su paso lento y cansino. Tuve que maniobrar para esquivarla y seguir el camino.

Al poco tiempo, se vislumbran ya las luces de la carretera general como una procesión que avanzaba  ligera marcando el camino cómodo y sencillo de las buenas gentes, de las gentes de orden, gentes con sus vacas a cuestas. La radio recupera la sintonización de su emisora habitual y un quejido flamenco lo inunda todo. La niebla casi no deja ver la ciudad y solo el resplandor de las farolas se abre paso a duras penas como destellos de faros en un mar gris e inmenso sin agua ni barcos.

En el retrovisor me cruzo con mi propia mirada y reconozco también en ella la mirada bovina de la vaca sagrada de mis contradicciones La mirada del rumiante de sentimientos. Regurgitándolos y masticándolos una y otra vez como hojas muertas caídas en otoño y me pregunto si sería posible una vida libre de vacas, donde  fuesen posibles todos los sueños y los únicos límites fuesen solo aquellos que tú mismo te impusieras.

Comentarios

  1. Bravo! Le has vuelto a dsr una vuelta de tuerca a tu estilo; este te ha salido más oscuro... Y no precisamente por desarrollarse en las vísperas del hallowin

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  2. Uf!,pues yo tenia ganas de llegar al desenlace con la vaca! Pensaba que habia habido golpe! Descanse al ver que no os habia pasado nada, y despues aun pense,...y a la tranquila vaca tampoco!

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