El Monstruo del río


Desde que tengo memoria, siempre existió su leyenda. El monstruo del río pertenece a una de esas razas antiguas y poderosas, anterior a que ningún ser humano pisase estas tierras.

Vive en su cueva grande y húmeda, custodiando un tesoro milenario.

Es un excelente nadador, al que le gusta bucear en los pozos más profundos del rio, junto al puente, sorteando los remolinos, donde siempre nos dijeron que era peligroso acercarse.

Posee una piel cubierta de escamas plateadas que se endurecen con los siglos y le hacen inmune a cualquier tipo de proyectil.

Es astuto, inteligente, con los sentidos agudizados y siempre alerta, lo que le permite detectar incluso seres invisibles y escuchar hasta el más mínimo sonido en kilómetros a la redonda.

Aunque no suele ser violento, puede atacar con su aliento mortífero y escupir veneno al que es inmune; o pateando con sus garras, dando dentelladas con sus colmillos o fuertes golpes con su enorme cola poderosa.

Con su poderoso aliento, controla los vientos haciendo que sople el cierzo o el bochorno según se le antoje, puede crear mantos de cencellada, de perlas y estrellas para arropar los tallos y hojas de las riberas, o crear una espesa niebla que oculta el rio y los senderos de la luz del sol y hacer perderse a un caminante incauto.

A veces, gusta de remontar el rio hacia el norte y deleitarse con el canto de las lamias de los bosques, y otras, deja el rio por las acequias o por los terrenos inundados con las crecidas, y se acerca al pueblo, para observar a los humanos en su rutina diaria.

Yo nunca pude llegar a verlo, pero sí a sentirlo, cuando en las tardes de verano nos retábamos a cruzar el rio desde la playa de piedras de la presilla hasta el cortado del monte, y ya de vuelta a la orilla, notar algo que rozaba tu cuerpo y te daba fuerzas para nadar más deprisa.  La imaginación siempre se me iba volando, e imaginaba su lomo escurridizo, de escamas plateadas, bajo mis pies.

En el pueblo, un conocido personaje, siempre contaba que en una ocasión, en sus años de mozo, cruzando el río a nado, sintió un coletazo que casi le hizo desvanecer y gracias a que sus compañeros lo sacaron del agua agarrándolo por el pelo, pudo salvarse de morir ahogado, pero desde entonces se obsesionó en encontrar a ese pez, "alfilio" o lo que sea que fuese.

El siempre presumía de tenerlo domesticado, aunque no por ello dejaba de ser peligroso, pero yo prefiero pensar que, en realidad, harto de ser el guardián de un tesoro que ya nadie se molestaba en buscar, y aburrido de su soledad milenaria, decidió un día probar suerte, como el zorro del principito, y se dejó domesticar para sentir como era dejar de ser un dragón más entre miles  y llegar a ser el único dragón en el mundo al menos para alguien.

Tal vez, cuando pasees junto al río, puedas oír un chapoteo como de un pez enorme, o ver una sombra zigzagueante que se mueve veloz entre los juncos, o una luz plateada en las noches de luna llena, sobre la superficie ondulante del agua, que se mueve lentamente, patrullando río arriba, rio abajo.

Entonces, es posible, sólo posible, que tú seas el elegido por el monstruo del río, para ser quien lo domestique, perdiendo tus miedos, dejando de ser ambos,  unos seres anodinos y convertirse en seres únicos, al menos, el uno para el otro. 

O quién sabe, tal vez el monstruo decida que no estas a la altura y termines fulminado o devorado en su próxima comida. Que el monstruo del río, es como la vida misma, a veces destructiva, a veces creadora. A veces orden, a veces caos. A veces luz, a veces la más negra oscuridad.


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