María la tonta y Carmen la lista

Llegan hasta mí dos noticias acerca de cosas olvidadas que se niegan a desaparecer como hojas muertas arrastradas por el viento: Toda la tristeza del cielo cae sobre la calavera agujereada de María Domingo junto a su peineta destrozada tras años de olvido mientras lejos de allí, el corazón de piedra de la pequeña pila  bautismal de Frumales llora olvidada en el fondo del jardín del pazo de Meiras ahora desierto. Dos noticias, Dos mujeres, dos actitudes diferentes, la de María y la de Carmen,  frente a la sociedad que les tocó vivir.


María Dominguez nació en 1882 entre el olor a trigo de las eras y el sudor de los labradores, en Pozuelo de Aragón, un pueblecito del Campo de Borja, en una familia de jornaleros analfabetos Sus pequeños dedos infantiles tuvieron que aprender  pronto a respigar en los campos y recoger el fruto de vides y olivares mientras que en sus ratos libres, a la luz de la lumbre, con la ayuda de esos mismos dedos ennegrecidos por el sol y el trabajo, deletreaba, como podía, todo lo que caía en sus manos, ante la mirada divertida de su padre y el enfado de su madre que lo consideraba una pérdida de tiempo.

Con la mayoría de edad, como casi todas las mozas casaderas de la época, no pudo elegir y tuvo que contraer matrimonio. Algunas, tuvieron suerte pero María no. La primera vez que su marido apareció borracho y le soltó una soberana paliza que la dejó dolorida una semana, fue el comienzo de siete años de  vejaciones que en lugar de doblegarla la hicieron más fuerte y le convencieron de que solo por ser mujer, no tenía por qué soportar aquello ni ser esclava de nadie. Abandonó su casa y fue marginada, denunciada y perseguida por ello. Todo lo dejo atrás aquella mañana, con el poco dinero que le prestó una de esas amigas, de las que te tienden la mano cuando todo parece perdido, y se fue del pueblo, a pie, campo a través por montes y caminos, hasta la estación de Cortes de Navarra donde tomó un tren para Barcelona donde trabajó de lo que pudo para sobrevivir mientras comenzaba su formación autodidacta. 

Su vida cambió cuando un amigo, otra vez un amigo,  profesor en Almandoz (valle de Baztán), le propuso impartir clases en la escuela de un caserío de Mendiola. Cada día abría la escuela de 7 a 10, caminaba una hora hasta Almandoz, donde su amigo le explicaba la lección de la tarde y hacía otra hora de regreso a la escuela, la abría de 1 a 3 y de nuevo, otra vez, el camino hasta Almandoz para que su amigo le explicase la lección del día siguiente. Mientras sacaba tiempo para estudiar y lograr el ingreso en la Escuela Normal de Pamplona y conseguir su título.

María era feliz a su manera, pero la humedad del valle navarro terminó minando su delicada salud  y el médico terminó por recomendarle que  regresase a Zaragoza teniendo que dejar atrás   aquella vida que tanto esfuerzo le había costado construir. Volvió a zurcir medias de día para ganarse la vida mientras estudiaba de noche. En Zaragoza, comenzaron sus primeros contactos en los círculos republicanos y sus primeras publicaciones en los periódicos hasta que la enfermedad volvió a dejarla en cama durante año y medio. No hubiese salido adelante sin la ayuda de sus amigos, que le ayudaron a pagar las medicinas que necesitaba. Gracias a ellos, superó la enfermedad pero tuvo que regresar a casa con sus padres, a coser medias y a recoger el trigo de los campos volviendo al punto de partida dejado años atrás. 

La muerte de su marido le liberó de las cadenas de un matrimonio fallido  —el divorcio no estaba legalizado—. Y oficialmente viuda, se casó de nuevo con un esquilador, militante socialista con quien se instaló en Gallur, impulsando entre ambos el movimiento obrero y socialista de la zona, además de seguir con su labor en la  enseñanza, convencida de que la educación era el camino para trasformar la sociedad. Llegó a convertirse en la primera alcaldesa elegida democráticamente de la historia de España. Como alcaldesa, trató de mejorar las condiciones de los trabajadores del campo, reducir el desempleo y adecentar el colegio de la localidad, siendo pionera en  crear una escuela mixta.

Acabada su corta experiencia política, regresó a la docencia y siguió escribiendo artículos en periódicos y revistas llegando a convertirse en una reputada intelectual a nivel nacional. Sus escritos, donde a veces firmaba con un seudónimo de lo más somarda: María la tonta, están cargados de ironía, inteligencia y una mirada propia sobre el mundo. 

Al estallar la Guerra Civil, María y su marido se refugiaron en casa de su hermana en Pozuelo de Aragón. Ambos fueron fusilados. María murió el 7 de septiembre de 1936 en las tapias del cementerio de Fuendejalón. El único objeto personal que se ha encontrado en su tumba es una peineta destrozada por el disparo en la cabeza que acabó con su vida. Durante 60 años ha permanecido en el olvido y solo hace unos días se ha podido recuperar su cuerpo.


Terminada la guerra, la dictadura se fue consolidando, mientras los muertos comenzaron su largo silencio bajo las cunetas y las tapias de los cementerios.  La Junta pro Pazo del Caudillo, integrada por el gobernador civil de A Coruña y otras autoridades, adquirió el Pazo de Meirás a los herederos de Emilia Pardo Bazán como residencia estival para la familia Franco. Se creó una comisión encargada de  recaudar los fondos necesarios para acondicionarlo mediante donativos forzosos: A funcionarios y trabajadores se les restó parte de su salario y se obligó a los ayuntamientos de A Coruña a aportar un mínimo el 5 % de la recaudación del impuesto de la contribución. A las propiedades del Pazo, se le añadieron otras mediante expropiaciones forzosas y se trasladaban motivos ornamentales desde otros pazos vecinos. 

Entre el municipio segoviano de Frumales y la residencia veraniega de los Franco  hay cerca de 500 kilómetros. Los mismos 500 kilómetros que recorrió la pila bautismal románica desde el corral de la casa del cura, en la que los niños del pueblo, se metían a jugar. 

En 1958, las mismas fechas en las que se le pierde la pista de la pila bautismal, Carmen Polo  visitó  Frumales. Un día, apareció un camión, nunca se había visto uno por allí, con cinco soldados, precedido de escoltas motorizados y un enorme coche oficial negro desde donde Doña Carmen, tiraba caramelos a los niños y niñas que seguían alborotados la comitiva por las calles del pueblo,  como en la película de Bienvenido Mister Marshall y como en la película, despareció por donde había venido dejando tras de sí una enorme nube de polvo.

60 años después, reaparece la pila románica en los jardines del Pazo de Meiras, testigo mudo de unos tiempos donde este tipo de cosas ocurrían y punto, ante la rabia silenciosa de unos y la condescendencia de otros, mientras Carmen, la mujer del dictador, será recordada en la memoria colectiva por su apodo, la collares, por su afición a las joyas y cualquier objeto de valor que diese relumbre y esplendor a su todopoderoso estatus social. 


Comentarios

  1. Ya me estoy cansando de ponerte siempre GENIAL, una vez más tengo que claudicar... GENIAL, Garde

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