El chico al que le temblaban las rodillas

Dia 1: Valle de Remuñé (Benasque)
Cuando apareció Daniel, la única persona aparentemente seria, formal y con dos dedos de frente de aquella versión de los juegos del hambre en la que solo podía quedar uno, tampoco había que ser un lince para saber que las cosas no pintaban bien.

Daniel se había adelantado con Juanjo tras superar el collado de Salenques para buscar alternativas a aquel nevero de caída casi vertical, por donde un inconsciente pelón  con piolet, pero sin guantes ni crampones, intentaba abrirse paso sin éxito en solitario.

Dia 2: Subida al Aneto

El viento se había vuelto frío y húmedo y las nubes grises se arremolinaban sobre nosotros, dejando escapar las primeras gotas y algún que otro pequeño granizo, en una especie de mensaje cifrado que venía a decir: ¡ni lo intentes!

La mejor opción pasaba por cruzar a través de un tramo corto que permitiría acceder a la parte inferior de la ladera con menos desnivel, no sin cierto riesgo pero tampoco imposible.
Dia 3: Madaleta Occidental
Manolo, una de esas personas a las que basta con decirle eso de ¡no tienes huevos! para que se lance a realizar cualquier locura (incluso a veces sin decírselo): es como uno de esos héroes anónimos que no se lo piensan dos veces para actuar y así, como Don Quijote de las nieves, entre  loco e inconsciente y sin pensarlo mucho, se lanzó piolet en mano a marcarnos las huellas en aquella pared de nieve que poco a poco fuimos pasando, uno tras otro, pasito a pasito, clavando las punteras de los crampones, el piolet y, en mi caso, hasta la punta de la nariz.
Dia 4: del refugio de la Renclusa al de Cap de llauset
Por un momento me imaginé rodando por la nieve, ladera abajo, como una albóndiga enharinada.

Y fue entonces cuando oí en mi cabeza la sirena del recreo de la escuela de mi pueblo. Aquella sirena que sonaba larga, como un quejido, en el día en el que no pude escaquearme y me colocaron de portero (nunca me ha gustado el fútbol),  en una portería que a mí se me antojaba gigante y sentía aquel temblor de rodillas, incontrolable, cuando veía acercarse hacia mí un amasijo de polvo y piernas, que a mí me recordaba las manadas de bisontes de las películas de vaqueros de los domingos.


Aquella vez pare el balón. No por mi pericia, sino por pura chorra; porque no recuerdo que aquel tembleque me hubiese dejado ni moverme y el balón rebotó sobre mi como una catapulta romana.

Delante de mí va Goyo, como casi siempre. Nunca me lo dice, pero cada vez que cruzamos una situación comprometida él está cerca controlando dónde pongo el pie o como clavo el piolet o echándome la bronca :

- ¡tira el bastón, joder, que no te sirve para nada y clava bien    el piolet!
- ¡no me da la gana! 

Aunque para él sigo siendo aquel chico al que le temblaban las rodillas, se lo agradezco.
Dia 5: de Cap de Llauset a puente de Coronas
Y es que nunca seré el mas rubio, ni el más alto, ni el más fuerte, ni el más rápido; nunca seré un macho alfa pero soy un tío con mucha suerte, suerte por estar siempre rodeado de buena gente, desde aquellos primeros años, las personas que estuvieron y se fueron, las que aún siguen ahí.

Y hasta ahora mismo en este atajo de inconscientes: Juanjo, Daniel, Ana, Sebas, Manu, Ania y su novio, Angel, Manolo y Goyo, de los que ya he hablado.  Bea, esa fuente inagotable de vitalidad y optimismo con sus trenzas, sus chanclas blancas y sus uñas de los pies perfectamente pintadas de rojo y que no calla ni subiendo a 3.000 metros, incombustible o Tere que, sin pedirlo, aparece cuando la necesitas para subirte al pico más alto pasito a pasito, cuando tú creías que ibas a tener que quedarte de comida para los buitres  porque el dolor de la rodilla ya no te dejaba seguir.

El dolor, el dolor y el miedo que aparece (como en la vida, siempre termina apareciendo) y hay que aprender a controlarlos, como el temblor de rodillas. Superando dudas y limitaciones y confiando en las personas que tienes a tu lado.

¿Y, la recompensa? La recompensa es un momento fugaz, apenas un momento,  que te quita el aliento y te recorre el cuerpo con un garrampazo, poniéndote los pelos como escarpias y … te emociona. Un orgasmo para los sentidos y un sentimiento de ser pequeño, muy pequeño, en mitad de una naturaleza inmensa y salvaje y, a la vez, sentirse grande, muy grande, porque descubres que, a pesar de tu temblor de tus rodillas, puedes seguir caminando.

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