La sombra de Rodén es alargada
Camino entre escombros en un paisaje devastado, eco de un pasado que sigue proyectando su sombra sobre este presente gris.
Como una broma pesada, a poca distancia, pasa veloz un AVE sobre su enorme viaducto con un ruido sordo que recuerda al de un avión-bombardeo y deja tras de sí una estela de silencio espeso que ahoga el alma. Hasta mi perra Nala parece menos vivaracha y camina despacio, olfateando cabizbaja entre las ruinas.
Rodén, (el viejo), es (era) un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Zaragoza, perteneciente hoy al municipio de Fuentes de Ebro y hermano pequeño en su destino de Belchite (el viejo), aunque menos famoso y conocido. Fue uno de los cinco pueblos de España abandonados durante la guerra civil y que no fue reconstruido. La información que he encontrado no deja del todo claro si fue bombardeado o simplemente devastado por las tropas, que utilizaron todo lo que encontraron en la construcción de sus trincheras y con el fin de prepararse para el duro invierno de la estepa belchitana que se avecinaba.
Sea como fuese, lo cierto es que un día entre 1936 y 1937 sus 200 habitantes huyeron ante el avance de las tropas republicanas, dejando todo atrás, en aquel frente de batalla impreciso, entre continuos avances y retrocesos de los unos y los otros.
Después el SNRDR (Servicio Nacional de Regiones Devastadas y Reparaciones) creado en la dictadura decidió que la reconstrucción de Rodén era imposible dada su complicada ubicación sobre el cerro y se abandonó a su suerte definitivamente, mientras las únicas 10 familias que volvieron se asentaron a sus pies, bajo su sombra, como el recuerdo siempre presente del horror vivido.
No hace demasiado tiempo, surgió la iniciativa para crear la asociación Torre de Rodén que ha conseguido mantener en pie la torre de la iglesia, con sus piedras de alabastro reflejando al sol como un mudo grito y testigo del pasado.
El estado del resto del pueblo es tal que resulta difícil imaginar incluso el antiguo trazado de las calles, discurriendo cabezo abajo con viejas desdentadas vestidas de negro, tejiendo con sus manos de araña en las puertas de sus casas y las risas de los críos en la plaza y aún más la desolación en la mirada de aquellos que volvieron para encontrarse toda su vida, su historia y sus recuerdos convertidos en un montón de ruinas.
Hoy Cataluña decide si quiere un presidente de holograma, jugando a equilibrios imposibles entre la legalidad y la ilegalidad, en mitad de una avalancha de juicios a nivel nacional por múltiples casos de corrupción que hacen tambalear el sistema. Una crisis que no termina de remontar trae vientos de inestabilidad, trabajos precarios, recortes y un sistema de pensiones a punto de pinchar como un globo. Se siembra la incertidumbre y el miedo por doquier. Quizás es eso lo que se pretende, la política del miedo. Mejor quietecitos. Acaban de despedir a un amigo y compañero de su empresa, por poco compromiso, dicen, y me invade un vértigo y un regusto amargo.
España duele, como una madre enferma. Duele este país como el paisaje desolado de Rodén, en el que siempre parece que fuese necesario empezar de cero.
Vuelve a pasar el AVE y, desde una ventanilla, tal vez alguien se pregunte qué coño son esas ruinas sobre la colina, sin darse cuenta que no son otra cosa que el reflejo deformado de este país en uno de esos espejos cóncavos del parque de atracciones o quizás, quien sabe, mi propio reflejo triste y gris paseando entre escombros, testigo de una realidad que no termino de comprender, ni de aceptar como mía.
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