Insignificantemente grande

 


Atardecer en O Miradoiro da Cruz de Lobeira y toda la ría, tachonada de bateas, desde el puerto de O Grove a Rianxo, la isla de Ons, y la de Arousa con su larguísimo puente, cordón umbilical con la península, y otras más que no soy capaz de nombrar, se desdibujan suavemente en el horizonte bajo un suave orballo que nos obliga a ponernos los chubasqueros.

Una cruz y dos placas en la roca recuerdan, una, el naufragio del buque escuela inglés The Serpent en 1890, en el que perecieron 175 marineros de los que solo 142 cuerpos mutilados fueron vomitados por el mar, a lo largo de los 45 días siguientes y pudieron ser enterrados en lo que hoy se llama el cementerio de los ingleses en Camariñas. Los demás, nunca aparecieron. La segunda placa, es un recuerdo para tantos y tantos náufragos muertos o desaparecidos en Rías Baixas.

Se me ocurre pensar, que esa segunda placa, por extensión, bien pudiera ser también, un recuerdo y homenaje a todas las víctimas de esos otros naufragios sin mar.

Náufragos de tempestades de soledad, de huracanes que rasgan velas y corazones, de rayos  que horadan el casco de los barco  con las heridas que dejan el vacío de los que se han ido para siempre, de diagnósticos que son como un crujir de proa, al chocar con un iceberg blanco, trasformado en médico residente, que pronuncia nombres malditos de Pirata con patente corso como Parkinson o de Angel exterminador como el Alzheimer o de estación Interespacial como la ELA o el CANCER de los mil nombres.

A los náufragos supervivientes de estos naufragios sin mar, después de que su barco desciende a los infiernos y toca fondo, aún les queda por delante la lucha con esa bestia que llevamos dentro, alimentada por la soledad, intentar controlarla y salir a flote solos.

Los náufragos de los naufragios sin mar, se reconocen entre ellos, porque llevan un océano inmenso de soledad en la mirada que, aunque no se ve, se siente como se siente el frio al abrir la puerta de de un frigorífico.

Pero algunos, con los restos de sus naufragios a la espalda, comienzan a nadar sin rumbo, con la única determinación de no hundirse. Con ese Alien en su interior, que quiere controlar su cuerpo y su mente, y tienen el valor de mirar al monstruo a los ojos y comienzan a perderle el miedo y a vivir con él, y así, poco a poco, terminan haciendo pie en la tierra de una playa lejana.

Y es entonces, cuando cada pequeño reto planteado y superado es una pequeña gran victoria que seguramente, no lleva a ninguna parte, pero te hace sentirte bien y grande, muy grande, insignificantemente grande y cuando flaquean las fuerzas y la motivación te abandona, aun te queda la disciplina para seguir nadando.

Y si te quedas atrás, siempre hay alguien a tu lado, que te azuzará con el bastón para que no te pares y si tu voz tiembla y calla, gritará contigo: “¡No tengo miedo!”. Aunque tú estés ahí, de nuevo, superviviente de un naufragio sin mar, varado en un punto vital, equidistante de ninguna parte, donde lo insignificante se hace enormemente grande.

Nota: algunas frases las he cogido prestadas

La expresión insignificantemente grande se la he robado a mi prima Mary Cruz

La soledad no se ve, se siente, a la Fundación la Caixa

Que cuando la motivación te abandone, la disciplina te rescate a la Web La Beraca de Frida

Tu poder radica en mi miedo. Ya no te tengo miedo, tú ya no tienes poder. Palabras de Séneca a Nerón

En la soledad crece todo lo que uno lleva consigo incluyendo su bestia interior. Nietzsche

Y alguna que seguramente ni siquiera soy consciente de haberme apropiado.


Comentarios

  1. Pues ya me jode... pero, una vez más, me quito el sombrero.... Muy bien, Y ahora que parece que has cogido el tranquillo... a ver si nos sigues deleitando

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