En las mismas Islas donde Hércules acabó con los Gigantes; en la batalla que mantuvieron con los Dioses y en la que terminaron sepultados bajo inmensos bloques de granito, desde donde aún exhalan sus últimos estertores a través de simas y volcanes, h oy, esos mismos Dioses, victoriosos entonces, nos reciben como no podía ser menos en un país que estuvo a punto de hacer estallar el euro por los aires; que fue declarado un estado fallido y obligado a solicitar un rescate financiero, nos reciben ahora, decía, disfrazados de simples mortales. Hermes, el dios mensajero de los viajeros, nos aparece transfigurado en taxista con un cuerpo de armario que coge nuestras maletas como si estuviesen vacías y cobra, sólo, en efectivo. El cíclope Polifemo, es ahora nuestro conserje tuerto, con un sombrero de paja y un gato, también tuerto, hablando un inglés casi tan malo como el mío y asistido por tres parcas que olvidaron la rueca del destino en algún desván y hoy limpian habitaciones y nos conducen
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