El mejor regalo

Lo recuerdo en su pequeña silla de madera y anea en el corral junto a la vieja perra, dormitando tranquila a su lado, machacando manojos de ajos con un mazo de madera que él mismo  había fabricado para tal fin. El golpeteo rítmico sobre un tronco de nogal y un olor a ajo fresco lo inundaba todo. Después sus manos arrugadas entretejían unas trenzas perfectas que se colgaban a secar en los maderos del granero o enderezaban clavos oxidados que  reutilizaba haciendo conejeras con cuatro palos reciclados de alguna ventana o puertas que alguien había dado por perdidas y abandonado en el ribazo de cualquier camino.

Su pantalón de pana negra, su gayata, su reloj de bolsillo que tanto me gustaba y su boina enroscada que jamás se quitaba de la cabeza,  incluso en el ritual diario de todas las mañanas cuando abría la puerta de su habitación y aparecía en camiseta, con una toalla al hombro, hacia el baño donde, en apenas  5 minutos, abría el grifo con un hilillo de agua con el que apenas se remojaba los ojos. para secarse después y volver de nuevo a su habitación.

Sus desayunos de Eko con leche  con galletas maría en el desayuno y el turrón de yema que a nadie nos gustaba y mi madre compraba para él todas las navidades. Y los cigarros, celtas cortos sin filtro, antes de que el médico le prohibiera fumar.

Las 7 pesetas que me daba para el cine de los curas los domingos , su incredulidad ante el hecho de que el hombre hubiese puesto un pie en la luna  y su incomprensión de que entre Australia y tierra firme no se hubiese construido un puente.

Y ya, casi al final, recuerdo su imagen en el sofá del salón, con la mirada un poco ausente, imaginándose sentado en el medio de un trigal, en primavera, acariciando el trigo con la mano, con tanta ternura que hasta casi yo podía verlo, e incluso olerlo, mientras todos guardábamos silencio..

Un día, poco antes  de que el mochuelo pasase la noche cantando en su ventano, no se levantó  más (mi madre siempre decía que su canto anunciaba que la muerte andaba cerca) hasta que una tarde, desde el corral,  el llanto de mi tía y el ajetreo dentro de la casa me hizo saber que se había ido para siempre y a partir de entonces fue cuando empecé echar de menos a aquel viejo cascarrabias, al que le parecía mal todo lo que   a mis amigos y a mí se nos ocurría para matar el tiempo aquellas largas tardes de verano.

Fue quizás mi primer encuentro con la muerte, a excepción de la imagen borrosa que tengo de aquel día de invierno, enfundado en abrigo de paño y bufanda, cuando me llevaron a despedirme de mi abuela (yo en realidad no lo sabía). en aquel cuarto medio a oscuras, que olía a final y junto una cama, que a mi se me antojaba altísima, la abuela acercó hacia mí la cara  y tras darle un beso casi sin rozarla me sacaron de la habitación. Después el abuelo se vino a casa de su hijo pequeño, abandonando la que había sido la suya para siempre..

En mi imaginario recuerdo,  como fuera del tiempo, haber entrado en la cocina de mi casa y ver a los dos, pegados a la vieja radio a ambos lados de la mesa y junto a la ventana  por donde se colaba la luz del atardecer en silencio, tristes y silenciosos. Tal vez lo soñé o tal vez fue verdad y mi abuela venía a hacer compañía a mi abuelo, de vez en cuando, y sólo yo podía verla con los ojos del niño que ven las cosas ocultas a los adultos. 

Hoy casi con 55 años, las imágenes vuelven  como postales de un viejo álbum de fotografías amarillentas. las imágenes que me han acompañado toda la vida vuelven una y otra vez, sin un significado especial, pero haciéndome sentir bien.


Tan bien como el sonido de tu corazón que apenas comienza a latir, aunque ya  suene fuerte como el galope de un caballo, en el interior de un cuerpo que casi ni lo es en esa ecografía borrosa donde me empeño en intuir rasgos y facciones y  tu sola existencia ya es el mejor regalo que puedo recibir, ahora que el círculo se va cerrando y soy yo el abuelo y tú el guardián de mi recuerdo.

Dicen que nadie muere del todo mientras alguien siga recordándolo y yo te imagino evocándome, contando con los dedos de la mano los segundos que tarda en llegar la piedra al fondo del pozo, buscando siluetas de dragones en las nubes o construyendo castillos junto al mar.

Quiero reencontrar en el brillo de tus ojos al niño que fui y que busco sin encontrar  en el fondo del espejo; cogerte de la mano y verte descubrir el mundo hasta más allá de donde alcance tu mirada para ponerlo a tus pies y pintarlo, contigo, del color que le quieras dar.

Y antes de marchar y ser solo un recuerdo amarillento de tu memoria, quiero verte crecer, mientras te pones el mundo por montera sin que nada ni nadie ciegue tus ojos, a no ser el brillo de otra mirada.
  

Comentarios

  1. Que bonito papaco!!👏🏼❤️😘

    ResponderEliminar
  2. Eres grandioso querido mi amigo. Gran sentimiento de abuelo y nieto agradecido. Sólo decirte que ojalá siempre seas así, grande y tú mismo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La Diosa Madre y las Vírgenes de Agosto

Del Amor y el Desamor.

Insignificantemente grande