Los buñuelos de San José

En San José, mi casa, la del pueblo, siempre olía a recién pintada, a primavera colándose por las ventanas abiertas, al viejo colchón de lana recién lavado y escoscado y a buñuelos. Me encantaba observar a mi madre empujando con el dedo desde la cuchara, los bolitos de masa que caían hasta el fondo de la enorme olla de aceite hirviendo para subir como buceadores a la superficie cuando comenzaban a inflarse y entonces con una cuchara enorme de madera empezaba a darles suaves golpecitos haciéndolos girar a un lado y otro hasta que adquirían ese bonito color tostado. Una cesta enorme de buñuelos rellenos de nata y crema o sin rellenar para untar en aquellas tazas de chocolate, en pijama, de domingos de misa a las 9. Lo de los trabajos de guardería llegó después, la manita sobre arcilla de mi hijo con 4 o 5 años y después, minuciosos dibujos de mi hija que aún recibo con alegría (ella sabe que me gustan y le salen más baratos que cualquier regalo). Ser pad...