El mejor regalo
Lo recuerdo en su pequeña silla de madera y anea en el corral junto a la vieja perra, dormitando tranquila a su lado, machacando manojos de ajos con un mazo de madera que él mismo había fabricado para tal fin. El golpeteo rítmico sobre un tronco de nogal y un olor a ajo fresco lo inundaba todo. Después sus manos arrugadas entretejían unas trenzas perfectas que se colgaban a secar en los maderos del granero o enderezaban clavos oxidados que reutilizaba haciendo conejeras con cuatro palos reciclados de alguna ventana o puertas que alguien había dado por perdidas y abandonado en el ribazo de cualquier camino. Su pantalón de pana negra, su gayata, su reloj de bolsillo que tanto me gustaba y su boina enroscada que jamás se quitaba de la cabeza, incluso en el ritual diario de todas las mañanas cuando abría la puerta de su habitación y aparecía en camiseta, con una toalla al hombro, hacia el baño donde, en apenas 5 minutos, abría el grifo con un hilillo de agua ...