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El Monstruo del río

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Desde que tengo memoria, siempre existió su leyenda. El monstruo del río pertenece a una de esas  razas antiguas y poderosas, anterior a que ningún ser humano pisase estas  tierras. Vive en su cueva grande y húmeda, custodiando un tesoro milenario. Es un excelente nadador, al que le gusta bucear en los pozos más profundos del rio, junto al puente, sorteando los remolinos, donde siempre nos dijeron que era peligroso acercarse. Posee una piel cubierta de escamas plateadas  que se endurecen con los siglos y le hacen inmune a cualquier tipo de proyectil. Es astuto, inteligente, con los sentidos agudizados y siempre alerta, lo que le permite  detectar incluso seres invisibles y escuchar hasta el más mínimo sonido en kilómetros a la  redonda. Aunque no suele ser violento, puede atacar con su aliento mortífero y escupir veneno al que es i nmune; o pateando con sus garras, dando dentelladas con sus colmillos o fuertes golpes con su enorme cola poderosa. Con su poderoso aliento, controla los vi

Leyendas de mi pueblo: La seña Pichiricha.

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Pues sí, amigos, en Marcilla también hubo una bruja, o al menos eso me conto mi madre, que tampoco es que fuese mucho de fiar en lo que se refiere a contar historias. A mí me engañaba una sí y otra también. Como cuando a punto de parir la Rabalera, nuestra yegua percherón para los trabajos en el campo, le pregunté: - Mama, ¿Por dónde nace el potro? Y ella, por no entrar en materia, considerando que aún no era el momento, que por entonces, había una edad para todo, desde llevar pantalones largos a conocer ciertos entresijos anatómicos, me contestó: - Por la oreja. Y allí que me dejó en silencio y con un tole tole de cómo coño podía un potro abrirse camino desde la tripa a la oreja y por cual de ellas saldría ¿la derecha o la izquierda?.  El caso es que, en una de esas tardes, entre la cena y antes de irme a dormir enterrado  bajo una docena de mantas y con una bolsa de agua caliente en los pies (la calefacción  era una entelequia en aquellos tiempos, como los móviles o la televisión de

Leyendas de mi pueblo: En tiempos del cólera.

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  El año de 1834 comenzó con un temporal de frio y nieve, tan intenso, que congeló el rio Aragón durante al menos 15 días. La guerra carlista seguía su curso. La consiguiente escasez de todo tipo de productos, las reservas mermadas de grano y alimentos, el aumento de impuestos y contribuciones y la falta de posibilidad de un jornal para poder subsistir, aumentó el hambre y la miseria, que ya venían de lejos, a las que se unió al final del verano de ese mismo año la epidemia de cólera morbo que ya había asolado todos los pueblos de la zona. Corella, Cintruénigo y Fitero fueron, en Navarra, los primeros en caer ante la epidemia. Tudela registró su primer caso el 23 de agosto, a pesar de haber cortado las comunicaciones con Aragón cuando llego la noticia de que Zaragoza había sido presa de la epidemia. Le siguieron Buñuel, Cabanillas y a primeros de septiembre, todos los pueblos cercanos a Tudela por el sur estaban contagiados.  Arguedas dispuso 19 hombres armados en los vados por donde e

Leyendas de mi pueblo: El castillo de los moros

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  En la última guerra carlista entre 1873 y 1876, las vías férreas estuvieron en el punto de mira durante el conflicto. El ferrocarril, que estaba en sus inicios, era el método más rápido y eficaz para desplazar armas y soldados y las voladuras de puentes y vías, incendios de estaciones y asaltos a los trenes estaban a la orden del día. Para prevenirlos, el Gobierno de la República primero, y la Monarquía de Alfonso XII después, ordenaron la construcción de fortificaciones por la Ribera de Navarra en Castejón, Tudela, Marcilla… Todos estos torreones, son parecidos: de ladrillo, hexagonales, tejado a seis aguas, aspilleras para la fusilería, alguna ventana y rematados con almenas triangulares. En el interior, dos plantas comunicadas por una escalera de caracol en torno a una columna central metálica. En el caso de la torre de fusileros de Marcilla, construida en lo alto de una loma próxima a la vía del tren y al puente sobre el río Aragón, presenta, además, restos de lo que debió

Leyendas de mi pueblo: La Torre

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Un bando de cigüeñas batía sus alas, camino de sus dormideros, cruzando un cielo rojizo que  comenzaba a extenderse sobre la campiña ondulante y verde del término de La Planilla  mientras en la lejanía, podían oírse las campanadas desde la torre de la iglesia marcando la  última hora de la tarde. De camino a casa, tras un agradable paseo, próxima a los blancos caseríos y cerca del cruce  con la carretera, aún pude ver los vestigios de una antigua torre medieval, con la techumbre semi hundida,  apoyada sobre  fragmentos de piedra de sillería que la acción de los años, ha carcomido y entre cuyas  hendiduras anidan  insectos y otros animales. Contemplando en silencio aquella ruina sencilla y muda y recordé la historia que me contó mi  madre junto a la estufa de leña, mientras las llamas chisporroteaban proyectando sombras que  se hacían a veces pequeñas o a veces grandes sobre las paredes de la cocina, donde  pasábamos los fríos días de invierno. Hace mucho tiempo, no sé cuánto, dominaban

Leyendas de mi pueblo. La maldición.

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  Hoy no queda nada del viejo monasterio de Sta María de la Blanca, como si el tiempo hubiese intentado borrar su huella para tapar el recuerdo de los sucesos del pasado. Era este, un monasterio de monjas cistercienses de buen tamaño, aunque austero, como corresponde a la regla de San Benito, situado entre las Plazas de la Iglesia y la del Baile y del que algunos aún recordamos, como último vestigio ahora desaparecido, las arcadas ciegas en el antiguo lienzo de casas y el arco de paso entre ambas plazas.  El convento se fundó en 1160 bajo el reinado de Sancho el Sabio y Doña Sancha de Castilla. Tuvo su época de esplendor con el abadiato de la condesa Doña Blanca, hija bastarda del último representante de la dinastía Jimena, Sancho el Fuerte, cuando la condesa se convirtió en dueña de un señorío al que estaban sujetos todos los vecinos en cuestión de arriendos, compraventas y otros menesteres.  En el siglo XIV, el monasterio recibió donaciones del rey Teobaldo II, para el aniversario po

Otra vez es Octubre

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  Otra vez es octubre y las hojas, naranjas y amarillas, ya tapizan los senderos de los arrabales de mi barrio y crujen bajo mis pies desprendiendo un agradable olor a tierra mojada. Levanto la mirada y me encuentro con un cielo azul, cuajado de nubes deshilachadas y despeinadas por el viento y los rayos de un tibio sol de otoño, que me recuerda que el verano es ya pasado. Miro, con envidia, a los pájaros que preparan su viaje, posados en los cables de los tendidos eléctricos, como notas en un pentagrama, y a los que yo, una vez más, no me atreveré a seguir en su largo viaje. Otro octubre y en el recuerdo, un año más, el cumpleaños de mi madre, que se fue dejándome como barco sin puerto donde atracar, a salvo de las tormentas, y con la duda de si yo habré sido capaz de trasladar a mis hijos la seguridad que solo ella era capaz de trasmitir, aun sin palabras, solo con su presencia, incluso en la distancia. Toda mi vida ha estado ligada a octubre y al otoño.  Fue en un octubre del 64 cua